Como dijo Luce López-Baralt ”el corazón es el campo de revelación de atributos divinos”. Es donde se interpreta el Amor infinito, y la voz armoniosa del Todo se convierte en palabras suscitando nuestros más profundos sentimientos y produciendo en nuestro caminar un sentimiento absoluto, desinteresado, que nos permite ser felices.
Cita Bruno Rosario Candelier, El amor es la fuerza que nos vincula con el Todo. Es el aliento que le da sentido a la vida misma. Termina la cita.
Esto denota que la humanidad como reflejo de Dios, Energía esencial del universo, es expresión y parte de dicho sentimiento. La conciencia de este hecho inspira armonía y felicidad, hechos en los que está basada una vida acorde con los valores esenciales de la existencia.
Poner el corazón en Dios es vivir en armonía con los principios de la naturaleza, es imprimir un respeto en nuestras acciones frente a lo viviente y en ese campo del accionar maravillarnos, descubrir y contemplar a cada instante la presencia de Dios vivo entre nosotros. Por lo tanto contamos con la acción y la contemplación para la realización de dichos valores.
Contemplar no es observar con detenimiento, es dejar que me persuada la belleza y energía contenida en lo observado y a la vez concienciar mi inclusión en lo contemplado a través de los sentidos, sin emisión de palabra alguna que pueda describir con exactitud dicha experiencia. La traducción de éstas sensaciones ha dado origen a impresionantes y armónicas creaciones en el mundo del arte, música y literatura.
En dicho plano la realidad Supra Cósmica que nos incluye, precede y sucede se hace realidad a través de la palabra, cita San Juan, Apóstol Místico, “Al principio era el verbo y verbo era Dios”, expresando que la palabra es la más cabal manifestación de la imagen divina en la conciencia humana (Gál.,4,24 y Jn., I, 1-14)
Dichas experiencias místicas, son vivificantes para el espíritu e inherentes de la inmersión en la Energía Cósmica, cambiando nuestra manera de percibir lo creado, produciendo un desapego a las cosas superfluas, y magnificando el deleite sensorial por lo Divino.
Este desapego a las cosas superfluas y la necesidad insaciable de la sublimación del espíritu conducen al hombre a una búsqueda existencial con el objetivo de la trascendencia. A través de los tiempos los místicos de diferentes culturas han dedicado su existencia a ésta pesquisa en virtud de concienciar los atributos de la condición humana, satisfacer las ansias del Todo y humanizarse.
Artículo inspirado en el libro LA PASIÓN INMORTAL, De la vivencia estética a la experiencia extática, de Bruno Rosario Candelier.
Cita Bruno Rosario Candelier, El amor es la fuerza que nos vincula con el Todo. Es el aliento que le da sentido a la vida misma. Termina la cita.
Esto denota que la humanidad como reflejo de Dios, Energía esencial del universo, es expresión y parte de dicho sentimiento. La conciencia de este hecho inspira armonía y felicidad, hechos en los que está basada una vida acorde con los valores esenciales de la existencia.
Poner el corazón en Dios es vivir en armonía con los principios de la naturaleza, es imprimir un respeto en nuestras acciones frente a lo viviente y en ese campo del accionar maravillarnos, descubrir y contemplar a cada instante la presencia de Dios vivo entre nosotros. Por lo tanto contamos con la acción y la contemplación para la realización de dichos valores.
Contemplar no es observar con detenimiento, es dejar que me persuada la belleza y energía contenida en lo observado y a la vez concienciar mi inclusión en lo contemplado a través de los sentidos, sin emisión de palabra alguna que pueda describir con exactitud dicha experiencia. La traducción de éstas sensaciones ha dado origen a impresionantes y armónicas creaciones en el mundo del arte, música y literatura.
En dicho plano la realidad Supra Cósmica que nos incluye, precede y sucede se hace realidad a través de la palabra, cita San Juan, Apóstol Místico, “Al principio era el verbo y verbo era Dios”, expresando que la palabra es la más cabal manifestación de la imagen divina en la conciencia humana (Gál.,4,24 y Jn., I, 1-14)
Dichas experiencias místicas, son vivificantes para el espíritu e inherentes de la inmersión en la Energía Cósmica, cambiando nuestra manera de percibir lo creado, produciendo un desapego a las cosas superfluas, y magnificando el deleite sensorial por lo Divino.
Este desapego a las cosas superfluas y la necesidad insaciable de la sublimación del espíritu conducen al hombre a una búsqueda existencial con el objetivo de la trascendencia. A través de los tiempos los místicos de diferentes culturas han dedicado su existencia a ésta pesquisa en virtud de concienciar los atributos de la condición humana, satisfacer las ansias del Todo y humanizarse.
Artículo inspirado en el libro LA PASIÓN INMORTAL, De la vivencia estética a la experiencia extática, de Bruno Rosario Candelier.
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